martes, 27 de marzo de 2012

gris sur

Pedalear hacia el sur cuando hay viento del sur en otoño requiere mucha pasión, mucha. Y cuádriceps. Y durante tan intenso proceder, esta vez llegó una mariposa y se posó en mi pecho, y se quedó ahí, entre el bordecito de la remera y el calor de la piel.
Al principio me sentí como parrilla-delantera-de-camión, de esas que atrapan insectos, estrellan, descuartizan, aprisionan, coleccionan alas, patas y bollitos de polvillo amarillo de alas, y casi atino a espantarla, para que siga, porque no quise de ninguna manera frenar su vuelo facilitado por la ráfaga, ni vulnerar su autonomía, ni demorar su circuito, ni ser causa de desperdicio de segundos preciados de su corta vida, ni arrebatar su libertad. Pero enseguida la vi caminar en círculos y acomodarse, arrulladita, cosquilleante, aleteando lento como siempre que las mariposas tienen un plan, y entendí su decisión (pedalear mirando el pecho requiere mucha más pasión).
Mariposa desde el sur eligiendo instantes en la trastienda de la ropa, en los relieves del esternón. Saberse efímera y elegir el calor. Conocer del fin y elegir el pecho ajeno. Soportar la ida del verano (y otras idas) reposando sobre alguna piel tibia.

Frente a la finitud de la existencia, la candidez del escote.