miércoles, 30 de noviembre de 2011

amarillo típico

Que si hay algo que me gusta es ir por la rambla de La Cañada (veredita a la vera del canal que atraviesa la Córdoba), mirando el agua, rozando con una ramita de tipa los adoquines de la baranda ancha (valga la ignorancia arquitectónica); la misma baranda que alcanza para sentarse, acostarse, doblarse en ángulo recto y fumar cabeza abajo, llorar, silbar, caminar y correr y desvanecer, solo, acompañado, tomar mates o sol, o todo junto, la misma que a cuantos habrá tocado en su historia.
Raspa el empedrado el palito oscuro de tipa, al son de mi caminar por la rambla, tropieza con las junturas de cemento y se quiebra, justo cerca de algún otro que lo reemplaza en el raspaje áspero y grisáceo que musicaliza mi andar a pie. Se gastan, pero sigo, sabiendo que hay más esperando y que parte del ritmo también es el cese, el silencio sin ramita que hace sobresalir el cuchicheo del correr del agua. Y los restos de tronquitos que voy dejando.

Vuelan y anidan entre rulos de transeúntes típicas* florcitas amarillas en verano o las semillas voladoras en otoño, mientras camino absorta por cuadras y cuadras sin poder cruzar a la vereda sin cañada. Siempre una mano desocupada.


Y en el bramido atroz de la ciudad o en el desamparo abrumador de ciertas tardes, es el sonido del agua y de la ramita raspando lo más parecido al inicio de un poco de calma.


*típicas: adj. Calidad “de tipa”; p.e. flores amarillas típicas 

domingo, 13 de noviembre de 2011

amarillo pálido

Sí, quince centímetros de diámetro. Hace días necesitaba azúcar, contundente azúcar, algo que implique dulce de leche o miel aporta contundente-azúcar, y entonces se decidió: como en los viejos tiempos, un alfajor de maicena, de fécula de maíz le gustaría decir para no regalar propaganda a cualquiera, pero es largo y además la maicena ya no es cualquiera en este país. Es maicena. Amarillo muy muy pálido entonces: mientras menos intenso, menos artificial, por supuesto si la maicena es blanca –la caja es amarilla-; menos amarillo, más maicena-maicena, menos caja;  relleno con mucho mucho dulce de leche. Puede haber algo más delicioso que un alfajor de maicena con dulce de leche y coco rallado recubriéndole el pudor del canto? Puede?
La mejor parte es cuando al finalizar, quedan todas las migas en la bolsita en que te lo vendieron suelto en la panadería de pueblo (ni los de kiosco ni los de panadería de ciudad son lo mismo), entonces uno toma esa bolsita, estira una de las esquinas del extremo abierto formando una especie de pico vertedor, emprolija los bordes, la inclina apoyándolos suavemente en el labio inferior y empuja el fondo arrugándolo para que las migas empiecen a correr para la salida.
Siempre, siempre, pasan dos cosas: una, uno recuerda con cierta mezcla de culpa y satisfacción por la venganza la cara fruncida de algún familiar que alguna vez reprimió el gesto; otra, mitad de las migas siguen fugaces la canaleta de nylon y llegan a la boca, mitad restante cae en los ojos.

El alfajor de maicena se termina cuando también comen los ojos.

jueves, 10 de noviembre de 2011

frambuesa

“…son libres y por eso tiemblan”
Bernard-Marie Koltes
(“En la soledad de los campos de algodón”)

Vibran el piso y los tobillos con cada C4 que pasa por la esquina; me oscilan la mano y el dedo mayor izquierdo con un do sostenido; tiemblan la boca y los aductores de mis muslos cuando siento el viento sur en la cara.
Sacudir involuntariamente rítmico de mis párpados bajando por la Pueyrredón rápido en bici; muévense los dedos del pie con Mr.Tambourine Man de Dylan un domingo a la mañana; flamea la botamanga del pantalón naranja cuando camino o me río, y vibran todos mis flecos con el recuerdo de algunos besos y con Dvorák.
Diapasón gigante invisible que posa en mi superficie y me estremece entera, sin avisar; soy gelatina de frambuesa no queriéndolo.
Y en y por el espasmo mismo, tiemblo de miedo.
(Se perpetúa y amplifica y nunca es por frío).
Si los instantes de temblor son la guía más franca, el mismísimo tiritar de la aguja momentos antes de señalar el norte, que la palestesia me sea brújula, digo; sé que voy a temblar también antes de encontrarte.